A lo largo de los siglos, el sustento de las gentes de nuestra comarca de La Moraña estuvo ligado a la agricultura y la ganadería. Las tierras y cabezas de ganado determinaban la renta de las familias y, aunque generalmente se dio una economía de subsistencia basada en poseer pequeñas parcelas donde se cultivaba un poco de todo y se atendían los animales domésticos como herramienta de trabajo y para el consumo propio, bien es cierto que este modelo convivió con el de servidumbre, consistente en trabajar por el sustento y poco más, contratándose para servir por el año coincidiendo con la fiesta de San Miguel, en el mes de septiembre, una vez finalizada la cosecha.
Hasta la mitad del s. XX, la siembra se realizó con el arado romano, los animales de tiro y la fuerza natural de los agricultores cuyas siluetas curvadas, con las azadas en las manos, también dibujaban el horizonte mientras atendían sus obradas de tierra, sus huertos familiares y sus majuelos.
Los primeros tractores, a finales de los años cincuenta, transformaron definitivamente el medio rural: En los pueblos se produjo el fenómeno de la emigración masiva y el consiguiente despoblamiento y envejecimiento de la población. El abandono del campo, la concentración agraria, la disposición de un número mayor de tierras para trabajar y el imparable avance técnico y desarrollo económico del país propiciaron un nuevo modelo de agricultor con criterios empresariales que introdujo técnicas de explotación más rentables como la rotación de cultivos, la reducción del barbecho, la eliminación del surco (duplicándose la superficie cultivada) y el uso intensivo de abonos y la disminución y mejora de especies cultivadas; mientras, la ganadería fue perdiendo importancia en la zona.
Hoy en día la vida rural tradicional forma ya parte de nuestro patrimonio cultural, de la memoria que tenemos que conservar y dar a conocer a las futuras generaciones. En esta isla podemos ver una cabeza emergiendo de la tierra con un arado que hace alusión al continuo pensar del hombre del campo. En la zona central hay unos surcos con varios utensilios de labranza que invitan a la participación del visitante y en el expositor, con un frontal de ladrillos de adobe recuperados de una casa del pueblo, se muestran herramientas tradicionales que se usaban para trabajar la tierra.