La historia de El Oso, como la de la mayoría de los pueblos de Castilla, es un relato de historia sin argumento, de sombras anónimas que, siglo tras siglo, vivieron apegadas a una tierra ávida en su exigencia de sudor a cambio de casi nada.

La austeridad, la resignación y el subsistir conformaron aquella sociedad rural que de forma inexorable fue perdiendo el paso de la historia. Biografías repetidas de vidas ya escritas en el momento de nacer, subyugadas en el trabajo de sol a sol e inmersas en una meseta esteparia de horizontes tan lejanos como inabarcables que hicieron impensables las búsquedas de otros futuros mejores. Así transcurrió la historia de El Oso, desde los asentamientos pre-rromanos de los siglos IV – II aC. hasta la segunda mitad del siglo XX.

Se ha evocado, a través de unas siluetas de sombras puestas en pie, a esas personas cuyas vidas giraron, lo fueron, por y para asegurar el sustento diario representado en un enorme grano de trigo, el alimento con el que sus ojos permanecerían abiertos para seguir viviendo: minúsculas historias de seres gigantes.

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